domingo, 10 de abril de 2011

DUDAR...

Uno de los momentos más duros de mi infancia era cuando iba a comprar unos zapatos nuevos. Me era muy difícil elegir cuáles quería y la dependienta tenía que inventar mil y un juegos para que por fin me llevara unos zapatos...si por mí hubiera sido no me habría llevado ningunos. Me podía más mi incapacidad para elegir, que el hecho de pensar en tener unos zapatos nuevos (lo cual para mí, ya desde pequeña era importante...estrenar zapatos!).
Todo ésto, que no es más que una anécdota, se extrapola a la vida adulta, y se trabaja también...sí, soy capaz de elegir, no creo que ahora mismo tenga una incapacidad con eso. Al revés, me cuesta poco saber qué quiero, qué me apetece hacer...y sobre todo qué no quiero, es decir, cuando no quiero hacer algo no lo hago y punto. Me resisto absolutamente a dejarme llevar por los deseos de los demás, o por no hacer algo completamente convencida de ello.
Otra cuestión muy diferente es que dudo. Soy un absoluto mar de dudas. Tengo la sensación de que jamás estaré absolutamente segura de nada de lo que estoy haciendo. Pienso en si me estoy equivocando, en si podría ser mejor...creo que siempre podría ser mejor, o al menos diferente. No hay descanso en mi interior. Ante un momento de estabilidad busco qué cambiar, y sino hay nada pues me invento algo, inconscientemente, pero me lo invento. En el momento me lo creo.
Me asusta la gente que no duda. No creo que se pueda tener en los pilares básicos de la vida, las cosas absolutamente claras. Es un engaño...es no querer ver los problemas. En dudar, existe el placentero final (algunas veces) de reafirmarte en lo que estás haciendo. Y otras, encontrarte con el doloroso final o principio de final de algo, porque es diferente de lo que creías.

Así que, aunque espero dudar menos, es muy cansado a veces, quiero seguir planteándome siempre si lo que estoy haciendo es lo que quería hacer, o no.