sábado, 19 de febrero de 2011

Seguimos con escenas desconcertantes...capítulo 1

La escena de la chica empujada al vacío, es una de esas que llaman mi atención y que se quedan dentro de mis pensamientos. Además, cada día paso por allí, por aquella puerta, por lo que no puedo más que mirar, incluso intentar ver el interior de la casa a través de la ventana. Sobre todo porque me pregunto qué pudo pasar, qué no pude evitar y qué le puede haber pasado a una persona, que de alguna manera confió en mí como su testigo. No he vuelto a encontrarme con ella, ni con él. Supongo que siguen viviendo ahí, y que será otra historia más en la que una pareja se pelea llegando a límites que no se deberían pasar nunca. Y que sin saber cómo se han acostumbrado a ello, y seguramente no será ni la primera vez ni la última en la que se vean en ésta tesitura.

Lo más sorprendente de ésta historia sucedió una mañana de invierno. Yo paseaba, con el perro, más bien él me paseaba a mí, y nos encontramos con un grupo de vecinos y vecinas en medio de la calle, a escasos metros de la puerta del domicilio de aquella pareja. Me costó comprender lo sucedido, y encajarlo dentro del contexto. La puerta estaba quemada, al igual que la ventana. La vivienda era ahora restos y cenizas, pero, ¿Qué había pasado?

Una vecina comentaba con otra mediante sollozos, que ella vio el humo, que ella se asomó a su ventana, y en éste momento rompió a llorar mientras decía que vio cómo se la llevaban
-         ¿A quien?- preguntó la otra vecina.
-         A ella- respondíó la primera.
-         ¿Y cómo estaba?- insistió.
-         Muerta.

viernes, 18 de febrero de 2011

Estoy viva

Imposibilidad para decantarse por. La indecisión, la crisis personal. No se qué soy, se qué fuí, pero no se qué seré. La única certeza con la que cuento es que cambiamos, evolucionamos e involucionamos, y que por lo tanto a mí también me pasará.
Me sentía más cómoda cuando tenía mi escudo puesto ante los demás, al menos me hacía sentir segura de mí misma, valiente, con objetivos...al destaparme me bloqueé. Sentía la necesidad de estar muy quieta como si cualquier movimiento externo o interno me fuera a romper. Tal vez llevaba rota muchos años. No me quiero equivocar otra vez, afirmo que estaba rota desde hacía muchos años.
Acababa de cumplir quince años, y mi padre me abandonó para siempre. Nunca le podré volver a tocar, escucharle reír o abrazarle. Me viene a la cabeza y sobre todo al corazón, muchas veces, la sensación placentera de estar abrazada a él, es el gesto más agradable que he vivido en mi vida. Estar abrazada a mi padre. Y me he pasado la vida buscando ese abrazo, queriendo que alguien salvara a ésta niña incapaz de crecer. He ido haciendo todo lo socialmente establecido, para que nadie notara que yo estaba atrapada en el 20 de octubre de 1998. He sido una superficie impermeable a las personas. Y poco a poco me estoy abriendo, y dándome cuenta de que en el fondo nadie es transparente del todo, pero al menos uno lo ha de ser consigo mismo. Yo, conmigo misma.

Siempre me voy a seguir permitiendo mis momentos de melancolía y tristeza, tantos libros con contenido e historias tristes y desesperadas, tantas canciones que me hacen llorar. No puedo evitar que me encante llevarme por éste sentimiento en muchos momentos. Pero ahora he aprendido a salir rápido de ahí, a no quedarme enredada y enredando por ésto.
Algo ha cambiado ya, antes la época que más me gustaba del año era el otoño, ahora es la primavera y por supuesto el verano.
Aunque todavía no puedo evitar identificarme con frases como ésta, "Tengo mi tristeza siempre ahí, escondida poniéndose guapa..." o "solo quiero que el día en que me muera alguien me abrace..."
Me empiezo a sentir bien, bien viviendo. Todo está cambiando y lo va a hacer mucho más...lo veo, y me gusta.

viernes, 4 de febrero de 2011

Entre gritos increpantes la puerta se volvió a cerrar. Ella chilló gravemente, al aire, a la nada:


- ¡Ésta chica lo ha visto todo, tengo testigos, no puedes hacer ésto!!!

En aquel momento, en aquel preciso instante, tuve la sensación estraña de sentirme dividida. Por una parte, quiero acercarme, pararme, preguntar si estás bien, reaccionar mediante la acción, pero por otra tengo una especie de pudor, de miedo a inmiscuirme, y suele ganar la segunda opción, así que sigo caminando...o sigo quieta, dependiendo del escenario. Lo cual no tiene como consecuencia una tranquilidad y aceptación de mi no acción, sino que al revés, las imágenes y el pensamiento de qué pudo pasar después se quedan clavados en mis pensamientos. Siento rabia de mí misma, por qué no le diste el otro día el resto de bocadillo (casi entero) que encontraste en la mesa de una cafetería al señor que pedía en la puerta de la misma...por si le hacías sentirse inferior, por si despreciaba unas sobras de otra persona y porque la gente no está acostumbrada a hacer esto, y tú, yo, me he creído que lo mejor es seguir y no darle importancia.

jueves, 3 de febrero de 2011

                                               EL HUMO DE LAS CALLES

CAPITULO 1. Escenas desconcertantes

Estaba comenzando a atardecer y el otoño se abría paso ante nuestra tristeza. Era el momento del paseo rutinario y, muy a mi pesar, teníamos que salir a la calle para que el perro pudiera hacer sus necesidades fisiológicas.
Es muy curioso el mundo de los caninos, ese condicionamiento bajo el que actúan, todo está predeterminado y son capaces de realizar la misma conducta día tras día. Observándolo a él, a mi perro, no puedo más que sorprenderme de que las mejores épocas de su vida, son cuando nosotros, sus dueños, tenemos una rutina muy establecida. Se le ve más calmado, más cercano y cuando tenemos invitados en casa controla sus impulsos sexuales. Sabe cuándo toca cada cosa, pasear, comer, pasear, dormir, jugar...y vive plácido dentro de éste saber...todo lo contrario que yo. Que vivo con mucha dificultad las rutinas, los días iguales, las horas concretas para hacer determinadas cosas...ojalá pudiera vivir bajo el amparo del conductismo...o no.

Nos dispusimos a salir a la calle, y después de regar con orin las mismas esquinas que cada día, nos encontramos con una situación inesperada, en la que él me demostró su fidelidad y defensa del amo. Comenzó a ladrar bajito mientras miraba al frente y cuando yo levanté la vista me encontré a una chica de unos treinta años, rubia, con un aspecto saludable, pero que estaba siendo empujada hacia afuera de una casa, una planta baja. Ella gritaba desesperada y golpeaba la puerta con los puños cerrados, hasta que alguien, un hombre moreno, la abrió y le lanzó en la cara un paquete de tabaco mientras le decía que no quería volverla a ver. Cerró la puerta, con todas sus fuerzas y ella repitió la misma conducta que antes ante la puerta cerrada. Nosotros primero nos quedamos parados mirando la escena y quejándonos cada uno a su manera, él ladrando bajito y yo tensando todos los músculos de mi espalda. Hasta que decidimos caminar, y pasamos casi rozando a la chica rubia. La puerta se volvió a abrir, y salió disparado un mechero hacia la cara de la chica, la cual comenzó a gritar diciendo que tenía testigos. Él se asomó y los testigos éramos nosotros.